MIRIAM DEL VALLE FRONTALINI
Miriam del Valle Frontalini es Docente y estudiante de la carrera de Licenciatura en Educación. Nació en Córdoba, Argentina y ha participado en diversas antologías ganando recientemente una mención en el concurso "Bicentenario de Poesía y Narrativa 2010" de CEN Ediciones (Centro Nacional de Escritores).
Óleo
de mujer.
Comenzó a
trazar los rasgos de su rostro moviendo suavemente el pincel sobre el lienzo.
Es extraño
como se nos pasan los años, sus manos temblorosas y grandes, a los 75, ya no
eran lo que solían ser.
En el atelier
la luz del sol despuntaba anunciando el primer día del verano, el mismo sol del
día en que se conocieron en un pueblito de Ancona, Italia.
Cuando joven
sus ojos azules la habían amado. Añoraba cada detalle, cada sonrisa, cada
mirada. Se había despertado con la urgencia de recuperarla.
Trazó su
frente altiva, orgullosa y un óleo rozado coloreó sus mejillas, esas que se
ruborizaron cuando pudo robarle su primer beso.
Sus ojos
fueron el gran dilema. La recordaba dormida, recostada en aquella cama en donde
la había hecho mujer y se había despedido de ella antes de cruzar el océano.
¿Cómo se hace
para olvidar el primer amor?
¿Por qué será
que siempre a los seres humanos nos come la duda vertiginosa de cómo hubieran
sido las cosas si hubiésemos tenido el valor de tomar otras decisiones?
Y sumido en
un remolino de preguntas mezclaba lágrimas con colores, amor, odio y pasiones.
Si bien era experto,
un pintor de toda la vida, tardaba entonces en cada fragmento más que horas,
sino días. Era su forma de pedirle perdón.
Necesitaba
hacerla tan perfectamente igual que ya no importaba el tiempo, la gente, la
comida.
Tal vez
fueron sus ojos, su mirada al principio indiferente lo que hizo que comenzara a
hablar con ella.
Le contó su
viaje, su llegada, su trabajo, su matrimonio de años con una mujer que respetó
y quiso, con la que hasta tuvo hijos.
Le explicó
que muchas veces se sintió enloquecer frente a ese mismo mar que lo vio llegar
pero por el cual no se animaba a volver.
Comenzaba el
otoño cuando por fin esbozó las primeras líneas de la boca. La gente lo creería
loco, a partir de ese momento le pareció escuchar respuesta del otro lado del
bastidor.
Los rasgos de
la doncella se habían empezado a armonizar, su mirada se había tornado curiosa
y de repente se dio cuenta que sin haberlo paneado la dibujó sonriendo,
mirándolo de frente.
No quiso que
ella le contara su vida. No quería saber si fue de otro, si encontró salida,
menos aún si lo había olvidado. La miraba y ella estaba ahí sonriendo como
hasta con desenfado.
Se enojó
lleno de celos pensando esos labios en otros labios y le gritó a viva voz que
él siempre la había amado. Ella, que siempre lo había esperado.
Se acercó
hasta el cuadro y la abrazó. Sintió sus caricias, miró sus ojos, enjugó sus
lágrimas, estrecho su cuerpo contra el pecho y tuvo ganas de amarla como el
mismo día de la despedida.
Se quitó el
overol del tiempo y permitió que los óleos bañaran también su cuerpo.
La amó como
siempre debió amarla. Porque el amor es desbocado y valiente, porque el amor no
se frena, no se apaga.
Ella perdonó
su viaje como si sólo fuera una travesura mal planeada y reconquistó el lugar
en que aquella noche había sido suya en esa cama.
Una mañana de
invierno, le llevaron el desayuno esperando que desistiera por fin, que comiera
algo, que bajara del cuarto, que reaccionara.
Encontraron
el atelier vacio y sobre el caballete una pintura de un una pareja de jóvenes
desnudos, recién dormidos, en una cama de Ancona, Italia.
Héroes sin tumbas
Nadie
recordará su rostro, la historia no hablará de ella, la bandera no cubrirá su
ataúd.
María no
cierra los ojos en esa cama, está envuelta entre los harapos que ofician de
sábanas y el sudor mezclado con pólvora del realista al que acaba de cederle
sus dones.
Aprovechando
el abismo alcohólico del supuesto semental se viste a las apuradas y sale sigilosamente apañada por la noche. Su vida le va en que
no la descubran.
Camina como
paria por medio del monte, alejada de las huellas para no ser perseguida.
Durante días soporta el clima, el hambre, la sed, la agonía.
Entra de la
misma forma que se fue del anterior campamento a la carpa de Belgrano. El
general obtiene así valiosa información que lo ayudará en sus planes para
desobedecer a Rivadavia y librar en los días siguientes la más criolla de
las batallas: la del Tucumán.
María no lo
sabe, pero las mujeres como ella, las que tuvieron batallas consigo mismas
debajo de las sábanas, las que tragaron su orgullo y sacrificaron su honor, son
los mejores soldados que tuvo la patria. Soldados sin fusiles, soldados sin
espadas, soldados del amor.
Nadie recordará
su rostro, no habrá de ella pinturas en algún museo, los manuales no la
mencionarán. Por eso hoy, parada entre el olvido y el orgullo, embargada del
silencio de un imaginario sepulcro, tomo tus dias, esos que se llevó el viento,
y escribo en tu lápida de sol, arena y desierto:
"A
la mujer argentina, dueña de este soneto,
sean
tus luchas estrellas que guíen mis pasos errados
a
ganar las indomables batallas,
allí
donde los hombres, han fracasado."
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