MARIO FIDEL TOLABA
Mario Fidel Tolaba
Nacido el 28 de octubre de 1969 en Nazareno, Salta. Desde niño vive en la ciudad de La Quiaca, provincia de Jujuy, donde se desempeña como Maestro de Grado en el nivel primario y profesor de Lengua y literatura.
En el 2007, publicó el libro “Tierra de sueños” en el 2010 publicó el libro “Super Ojota”. Colabora con publicaciones de cuentos y leyendas en diarios provinciales. Formó parte de la antología Letras de Oro 2007.
Nacido el 28 de octubre de 1969 en Nazareno, Salta. Desde niño vive en la ciudad de La Quiaca, provincia de Jujuy, donde se desempeña como Maestro de Grado en el nivel primario y profesor de Lengua y literatura.
En el 2007, publicó el libro “Tierra de sueños” en el 2010 publicó el libro “Super Ojota”. Colabora con publicaciones de cuentos y leyendas en diarios provinciales. Formó parte de la antología Letras de Oro 2007.
Las ojotas
Saturnino Quispe sintió el olor a
tortilla quemada y vio elevarse un humo delgado desde el fueguero encendido con
bostas de burro. Los primeros destellos
del sol penetraban por la diminuta ventana del rancho de adobe. Sacudió los
cueros de oveja que le sirvieron de
colchón durante la noche. Bebió a grande sorbos el mate hirviendo, cargó la chuspa de coca y salió nuevamente en busca de la ojota que le faltaba.
Si bien en muchas ocasiones le tocó andar descalzo por los caminos del norte,
no soportaba más la falta de una de sus ojotas,
ellas fueron sus fieles compañeras a través de los años. Sus confidentes
silenciosas de sus alegrías y penas. Sus incansables ayudantes en tiempos de
siembra y de cosecha. Ellas soportaron
sin protestar largas borracheras, y caminatas entre las piedras. Sus pisadas
marcaban un paso firme y seguro que permanecían en el tiempo y dejaban traslucir el
sentimiento del caminante.
Saturnino, necesitaba su calzado para
poder continuar viaje arreando las mulas y llamas traídas desde el Perú y
llevarlas hasta el Tucumán. Se detuvo frente a la tranquera del corral y contó,
no faltaba ninguna, estaban todos los animales, treinta y tres. Pudo ver que la
recua permanecía algo inquieta, los potrillos relinchaban, bebían agua en el
fuentón de madera y otros lamían el pan de sal rosada.
Dirigiendo su mirada hacia la
cumbre de la montaña, recordó el momento en que lo alcanzó en el camino su
compadre Julián, diciéndole; “cumpita, ustí peliarís de nuestro lau, que no?”,
no entendía nada de lo que le hablaba, continuó su amigo;“mi ha enviaú el
Belgrano , primo del Castelli, que con Güemís, están juntando genti pa`
hacerlos suceder a esos realistas taimaus.”
- ¡¿Para quéee?! - Preguntó entre
intrigado y molesto -“Yo qui tengu qui ver”
- “Cómo qui pa`qué, cómo qui
pa`qué, para tener libertá, pa´ser libres de los españolis po”- expresaba con
énfasis Julián. Él lo miró fijamente a
los ojos y después dijo despacio con el
ceño fruncido -“si yo soy libre como las águilas carajo, voy y vengu por ande
quiera”.
Y
ahora estaba aquí con una ojota perforada por la bala de una carabina, era la ojota
del pie derecho. Ese día se había
colgado ambas en el pecho para usarlas como escudo protector durante la lucha. Recibió el disparo y ella detuvo la bala salvándole
de la muerte en ese momento, pero la
otra se quedó perdida en medio de la
revuelta.
Regresó a la quebrada de la emboscada en Cangrejos, el lugar aún
guardaba los rastros de la ferocidad de la lucha y un olor fétido impregnaba el
aire.
Encontró fácilmente las huellas
de sus pisadas y volvió a caminar sobre ellas para borrarlas, trayendo a su
memoria cada movimiento realizado. Incrédulo contemplaba las incontables ojotas
esparcidas por el terreno que se mostraban suplicantes a la espera de calzar
las patas de sus dueños. Una más de las tantas batallas olvidadas en el tiempo.
Empezó a revolver cuerpos
inertes cubiertos de tierra, ensangrentados pero mantenían los ojos abiertos. Eran
todos paisanos conocidos de los pueblos cercanos con los que intercambiaban sus
productos, solo que, en esta ocasión, vestían uniformes de distintos colore. Eran todos de su misma
sangre, vecinos conocidos de los pueblos cercanos, sin embargo habían luchado ferozmente. ¿Con
qué causa? ¿Qué motivos tenían para enfrentarse entre hermanos? No lo podía
entender.
Al
mirar alrededor, sentir arder su rostro a la luz del sol, se decía por dentro-
¡Somos nadie!...¡Nosotros somos nadie!...Sin permitir que la duda o la
desesperación le hiciesen decaer en su búsqueda o lo que sea que su conciencia
le decía, prosiguió su camino.
Entonces, con los ojos
ardorosos por la tierra y el sol, bajando aún más el sombrero y haciéndose
sombra con la mano, pudo ver que la mano de uno de los hombres agarraba la ojota
que le faltaba. La tenía fuertemente sujetada. Sabía que era esa, no podía
equivocarse, la reconoció inmediatamente porque él mismo la construyó y grabó
las iniciales de su nombre en uno de los tientos. Una bayoneta ensangrentada atravesaba de lado a lado la suela de cuero.
La mano del hombre sujetaba la ojota con tanta fuerza que parecía
imposible poder quitársela, parecía que a través de ella aún se sujetaba a la
vida. Después de un momento de arduo forcejeo, pudo retirar la ojota. Con un suspiro de
profundo regocijo se la calzó. Por fin
había recuperado una parte de su ser, sin ella se sentía vacío, sin alma, sin
vida, sin nada.
Quiso saber quién era aquel paisano que sostenía con tanta
fuerza su hojota. Con un largo suspiro,
lentamente volcó el cuerpo. Lo
sorprendió la impavidez. Pudo ver su
propio rostro, se miraba a sí mismo y aún mantenía una sonrisa en sus labios.
Preguntándose si había logrado la libertad tan deseada, se perdió en lo
alto de la montaña, buscando un lugar
entre los eternos cardones.
Mario Fidel Tolaba
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