Todos los meses se realiza el "CAFÉ LITERARIO LETRARTE" en el Centro Cultural Eugenio F. Virla (25 de mayo 265, S. M. de Tucumán) - !!NO FALTES!!. Llevamos ya 10 años consecutivos.

Mario Fidel Tolaba (Salta)



MARIO FIDEL TOLABA

Mario Fidel Tolaba
 Nacido el 28 de octubre de 1969 en Nazareno,  Salta. Desde niño vive en la ciudad de La Quiaca, provincia de Jujuy, donde se desempeña como  Maestro de Grado en el nivel primario y profesor de Lengua y literatura.
  En el 2007, publicó el libro “Tierra de sueños” en el 2010 publicó el libro “Super Ojota”. Colabora con  publicaciones de cuentos y leyendas en diarios provinciales. Formó parte de la antología Letras de Oro 2007.


Las  ojotas

   Saturnino  Quispe sintió el olor a tortilla quemada y vio elevarse un humo delgado desde el fueguero encendido con  bostas de burro. Los primeros destellos del sol penetraban por la diminuta ventana del rancho de adobe. Sacudió los cueros de oveja  que le sirvieron de colchón durante la noche. Bebió a grande sorbos  el mate hirviendo,  cargó la chuspa de coca y salió nuevamente  en busca de la ojota que le faltaba.
    Si bien en muchas ocasiones le tocó andar descalzo por los caminos del norte, no soportaba más la falta de una de sus  ojotas, ellas fueron sus fieles compañeras a través de los años. Sus confidentes silenciosas de sus alegrías y penas. Sus incansables ayudantes en tiempos de siembra y de cosecha.  Ellas soportaron sin protestar  largas borracheras,  y caminatas entre las piedras. Sus pisadas marcaban un paso firme y seguro que permanecían  en el tiempo y dejaban traslucir el sentimiento del caminante.
     Saturnino, necesitaba su calzado para poder continuar viaje arreando las mulas y llamas traídas desde el Perú y llevarlas hasta el Tucumán. Se detuvo frente a la tranquera del corral y contó, no faltaba ninguna, estaban todos los  animales, treinta y tres. Pudo ver que la recua permanecía algo inquieta, los potrillos relinchaban, bebían agua en el fuentón de madera y otros lamían el pan de sal rosada.
    Dirigiendo su mirada hacia la cumbre de la montaña, recordó el momento en que lo alcanzó en el camino su compadre Julián, diciéndole; “cumpita, ustí peliarís de nuestro lau, que no?”, no entendía nada de lo que le hablaba, continuó su amigo;“mi ha enviaú el Belgrano , primo del Castelli, que con Güemís, están juntando genti pa` hacerlos suceder a esos realistas taimaus.”
- ¡¿Para quéee?! - Preguntó entre intrigado y molesto -“Yo qui tengu qui ver”
- “Cómo qui pa`qué, cómo qui pa`qué, para tener libertá, pa´ser libres de los españolis po”- expresaba con énfasis Julián.  Él lo miró fijamente a los ojos y después dijo despacio  con el ceño fruncido -“si yo soy libre como las águilas carajo, voy y vengu por ande quiera”.
    Y ahora estaba aquí con una ojota perforada por la bala de una carabina, era la ojota  del pie derecho. Ese día se había colgado ambas en el pecho para usarlas como escudo protector durante la lucha.   Recibió el disparo y ella detuvo la bala salvándole de la muerte en ese momento,  pero la otra se quedó perdida en medio de la  revuelta.
    Regresó a la quebrada de la emboscada en Cangrejos, el lugar aún guardaba los rastros de la ferocidad de la lucha y un olor fétido impregnaba el aire.
   Encontró fácilmente las huellas de sus pisadas y volvió a caminar sobre ellas para borrarlas, trayendo a su memoria cada movimiento realizado. Incrédulo contemplaba las incontables ojotas esparcidas por el terreno que se mostraban suplicantes a la espera de calzar las patas de sus dueños. Una más de las tantas batallas olvidadas en el tiempo.
      Empezó a revolver cuerpos inertes cubiertos de tierra, ensangrentados pero mantenían los ojos abiertos. Eran todos paisanos conocidos de los pueblos cercanos con los que intercambiaban sus productos, solo que, en esta ocasión, vestían uniformes de  distintos colore. Eran todos de su misma sangre, vecinos conocidos de los pueblos cercanos,  sin embargo habían luchado ferozmente. ¿Con qué causa? ¿Qué motivos tenían para enfrentarse entre hermanos? No lo podía entender.
            Al mirar alrededor, sentir arder su rostro a la luz del sol, se decía por dentro- ¡Somos nadie!...¡Nosotros somos nadie!...Sin permitir que la duda o la desesperación le hiciesen decaer en su búsqueda o lo que sea que su conciencia le decía, prosiguió su camino.
     Entonces, con los ojos ardorosos por la tierra y el sol, bajando aún más el sombrero y haciéndose sombra con la mano, pudo ver  que  la mano de uno de los hombres agarraba la ojota que le faltaba. La tenía fuertemente sujetada. Sabía que era esa, no podía equivocarse, la reconoció inmediatamente porque él mismo la construyó y grabó las iniciales de su nombre en uno de los tientos. Una bayoneta ensangrentada  atravesaba de lado a lado la suela de cuero.
    La mano del hombre sujetaba la ojota con tanta fuerza que parecía imposible poder quitársela, parecía que a través de ella aún se sujetaba a la vida. Después de un momento de arduo forcejeo,  pudo retirar la ojota. Con un suspiro de profundo regocijo  se la calzó. Por fin había recuperado una parte de su ser, sin ella se sentía vacío, sin alma, sin vida, sin nada.
    Quiso saber  quién era aquel paisano que sostenía con tanta fuerza  su hojota. Con un largo suspiro, lentamente volcó el cuerpo.  Lo sorprendió la impavidez.  Pudo ver su propio rostro, se miraba a sí mismo y aún mantenía una sonrisa en sus labios.
    Preguntándose si había logrado la libertad tan deseada, se perdió en lo alto de la montaña,  buscando un lugar entre los eternos  cardones.


                                                                                                               Mario Fidel Tolaba

Para regresar pulse Pagina principal.