Todos los meses se realiza el "CAFÉ LITERARIO LETRARTE" en el Centro Cultural Eugenio F. Virla (25 de mayo 265, S. M. de Tucumán) - !!NO FALTES!!. Llevamos ya 10 años consecutivos.

Carlos Alberto Civili (Tucumán)

CARLOS ALBERTO CIVILI

Nació en San Miguel de Tucumán, Argentina el 27 de Abril de 1951
ha publicado :
“Jesús en la escuela”, “José el padre de Jesús” , “Boya boyante”. Este último un libro con cuentos y micro relatos.
Está en edición su tercer libro:“Crónica de una profecía” donde cuenta la historia de su familia, especialmente la de su padre, un italiano artista plástico y bohemio que viajó por todo el mundo. Carlos participó de varios talleres de narrativa y es cofundador junto a Carlos Sánchez y Mercedes Chenaut del movimiento literario “Aturucuto” que edita anualmente dos o tres antología con el propósito de difundir las letras.

MI CUÑADITA
Alguno de estos árboles pondrá su cuerpo para la ejecución.

Es difícil para mí, no soy un criminal, pero mi cuñadita es la única salvación. No puedo esperar a que cumpla la mayoría de edad. De cualquier manera no tiene historia ni futuro, nadie depende de ella. Difícilmente logre casarse y el dinero no lo sabrá utilizar. Si no lo hago estoy perdido.



Hace diez años que Ricardo está casado. Su única cuñada, entonces, tenía cuatro años. La solía cargar sobre sus hombros.

Desde que murieron sus suegros la niña vive con ellos. Tiene un pequeño retraso mental producto de apurar el parto. Creció mucho. Lo que le falta en madurez le sobra en carnes, es preciosa.

Ricardo no aceptaba ayuda de sus suegros. Nunca les perdonó los desprecios que le hicieron. Era muy poca cosa. No solo en la posición social, también en lo estético, ella era una linda muchacha y él no las tenía a todas. Más bajo que ella, morocho y de cabellos duros. Pero la muchacha estaba enamorada. Se habían conocido apenas iniciados en la facultad de Derecho. En cuánto Ricardo descubrió su espíritu maternal, comenzó a tener hambre y a decírselo, ella le compraba galletas o sacaba comida de su casa. Él era el bebé y ella su mamá. Cuando quedó embarazada y dejó de estudiar sus padres aflojaron.

Ya casado, Ricardo vendía seguros para sobrevivir. Cuando se recibió, su suegro quiso instalarle el bufete pero lo rechazó. El título lo había buscado no tanto por el gusto de la justicia como por elevar su prestigio personal.

Íntimamente sabía que su suegro era un as en la manga. No aceptaba ayuda, pero cuando en su casa aparecía un mueble o un televisor nuevo, no preguntaba de dónde venía. Varias veces había salido de apuros con dinero que había aparecido del aire, pero él no le debía nada a nadie. Era un juego que lo beneficiaba, cuando más rechazaba más ayuda recibía.

Cuando sus suegros murieron en aquel accidente se repartió su cuantiosa fortuna.

El dinero lo enloqueció. Pasado el duelo comenzaron a viajar, renovaron casa y automóvil. Pero aún así quedaba mucho para gastar.

Se sentía atractivo, atrevido con las mujeres. Los billetes debajo de sus pies le daban altura. No lo negaba, le parecía divertido y fascinante el juego de la seducción y el otro juego, el de los casinos y las maquinitas. Siempre había criticado a los jugadores.


Mi mujer se siente segura. No sabe que lo he perdido todo.

Mi cuñadita es preciosa, está bien dotada, tiene todo lo que una chica hermosa tiene que tener, su negro pelo lacio brilla en los bordes y cae hasta sus hombros, el flequillo le da un aire infantil.

Está en el asiento de acompañante. Es descuidada, al sentarse se le subió el vestido. Tiene las piernas perfectas. Ya varias veces me pasó. Si está callada el solo verla me excita, pero en cuánto me sonríe, con esa sonrisa infantil que le dejó el partero, el fuego se derrite y si habla peor. Ahora está callada.

Mi esposa no quería que le enseñara a manejar, pero la niña insistió. Ahora la llevo al lugar que elegí cuidadosamente, un camino vecinal escoltado de fuertes eucaliptos. Cualquiera se puede desnucar al impactar en sus troncos. Hace meses que lo pienso. Mi mujer sabe que el enganche del cinturón del chofer está roto. Hace una semana lo dejé en el marco de la puerta y la cerré con fuerza.

Me detengo en la banquina para darle el volante. Para verificar que colocó bien los pies sobre los pedales, deslizo mi mano por su pierna derecha desde el muslo hasta el tobillo. Es perfecta, suave, tersa. Hago lo mismo con su pierna izquierda. Mi corazón se entera de todo y lleva el mensaje a mis miembros. Vuelvo con mi mano sobre su rodilla derecha. Le pido que presione levemente el acelerador para que sienta la tensión del pedal. Ahora mi mano toma su muslo izquierdo, con esta pierna tiene que probar la tensión del freno y el embrague. Siento el perfume y el calor de su cuerpo.

Estoy temblando. Mi cuñadita no habla...


Carlos Civili Mir
Para regresar pulse Página principal