Todos los meses se realiza el "CAFÉ LITERARIO LETRARTE" en el Centro Cultural Eugenio F. Virla (25 de mayo 265, S. M. de Tucumán) - !!NO FALTES!!. Llevamos ya 10 años consecutivos.

Cristina Domenech (Buenos Aires)

CRISTINA DOMENECH



La escritura es un modo de vida, una forma que pende de un hilo, delgado a veces, para poder lidiar con nuestra historia. No tengo ritos prefijados que me constituyan como escritora. Atravesar la vida mediante la escritura es adoptar una praxis en donde todo nuestro hacer está escribiéndose.
La vida va escribiéndonos, inscribiéndonos. El “plan” de escritura tiene que ver con el plan de vida, ningún plan. Hay una ética para la cual nos preparamos y que nos decide antes de ser. La decisión, entonces, es una ética que adoptamos. Lo demás vendrá por añadidura pero con un excesivo trabajo.
La corrección tiene que ver con una estética pero también con una ética del trabajo. Aquí juega primordialmente el respeto al lector y la humildad. Nadie escribe grandes textos. Los grandes textos los hacen los lectores. Quien crea que es un gran escritor tendrá la batalla perdida de antemano.
La poesía es un modo de mirar el mundo. No hay una mirada certera. Entonces la metáfora nos brinda la posibilidad de hablar sobre aquello que no podemos nombrar.

POEMAS DEL LIBRO "DEMUDADO"
 
Interrogancia
I
Como un árbol que busca la tierra
aquí, donde germina el tIiempo
tenías que gritar.
¿Había –preguntaste- palabras para mí?
II
Ni podías bailar, no
como todos, en la noche de San Juan.
Te quedabas como música
que pierde y persigue la luz.
¿Había –preguntaste- una gema para mí?
Pero no encontrabas nada brillante
porque no eras el río
que desenfrenado llegaba
al cuerpo demasiado, allí
tuviste que huir.
¿Había –preguntaste- buenas razones para mí?
III
Parecías un perro hambriento:
debías roer las raíces
o el resto de algún hueso hijado.
Leíste en el eco del papel
blanco a Maiakovski: hay un desborde de gente, y yo
voy perdido entre la multitud.
-¿Eres tú?- fingías como el poema escrito
a la luz del farol de la casa pública.
¿Había falta -preguntaste- o conozco goces para mí?
IV
Tampoco pudiste cambiar
el nombre a los amados.
Intentabas y volvías (¿implorar?) hasta el Señor.
Una mosca regresaba al poema del hombre
cubierto el rostro de la bondad de la mosca
que rogaba por la carne.
Decía -el poema- anda una mosca por la carne quieta.
Entonces leías por enésima vez ese verso
para entender el significado:
el signo del cuerpito entre las manos
que como una cruz carga la eternidad.
¿Había –preguntaste- una niña para mí?
cuando Maiakovski enhebraba
tus pupilas como un collar de juguete.
V
-¿Quiere decir que alguien escupe esas perlas?-
volvías una y otra vez a preguntar.
VI
Debiste –como él- pensar en el miedo
que sabe indispensable
la broma nueva que esconde el cuerpo.
Te dije con absurda autoridad:
-hay huellas
que crecen en la boca de los cuervos
sólo para borrar los hijos.
-¿Había –preguntaste- unos hijos para mí?
VII
Pero no distinguías el cielo de la tierra
ni las venas del río
o los dientes de la avaricia.
Esa vez no comprendías del tiempo
algún recuerdo.
¿Había –pregustaste- memoria para mí?
VIII
Te vendamos por última vez
los ojos y te arrojamos al mundo.
-¿Qué dice cuerpo?
-¿Dónde habita la frontera del miedo?
-¿Quiénes son los guardas del ángel?
-¿Resiste la piedra del sepulcro?-
preguntaste, y girabas como un gallito ciego.
IX
Pero era noche de San Juan
y aunque nos fuimos
el eco atroz de Maiacovski
retornaba blanco, blanco, blanco.
Nadie olvide esta noche:
hoy tocaré la flauta en mi propio espinazo.
¿Adonde ir, consumiendo este desierto?
El Paraisal
Este eterno vicio, cuando transido
estoy de no presencia, vuelve
como un vómito de sangre, imposible
el hacer de la ausencia
mientras gire el mundo y nosotros
hacemos demasiado humana
nuestra precaria condición
de carne dentro de la carne
en este insolente desierto.
El viento hace del viento una presencia espuria
como un hijo cuando eleva el alma
y no dice adiós.
Entonces digo que no hay presencias reales. Hay viento
descartado entre la basura de las horas
como hojas de otoño que no harán barbecho, salvo
buitres borrachos que arranquen sus motores
con feroz alfarería de asesinos.
Digo aún, no hay consuelo para este mediodía
si todavía escucho que decís
que mi voz
sin tu voz no suena igual.

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