EDITH ABELLI CARRO
Nacida en la capital de Neuquén. Maestra y Técnica en Empresa Turística. Ejerció la docencia en escuelas nacionales y provinciales.Concurre a talleres literarios en la ciudad de Neuquén y a integrado las antologías publicadas por los mismos. Fue premiada en obras escritas en prosa y poesía por el Fondo Editorial Neuquino.
LA
LUCHA DE LA LUNA
El crepúsculo
avanza. El día se apaga y la ciudad se desmaquilla lentamente. Poco a poco va
borrando su policromía y desdibujando sus formas. Se aquieta, empalidece, se
viste de negro y de noche.
Las persianas
de los comercios cierran, perezosamente, sus acanalados párpados. Las casas se
hermetizan, se encogen, se acurrucan para proteger a sus moradores. Calles y
veredas, vacías de pueblo y de color, se integran, mimetizadas, a un paisaje
gris y amenazante que lo invade todo.
La oscuridad
arroja hombres vagabundos, niños desamparados, mujeres solitarias y temerosas.
La luna se zambulle inescrupulosamente en el espacio azul en un intento desesperado
por vencer a las sombras. Y aún cuando cambia de ropaje y de tamaño, sólo
consigue agrandarlas.
SIN PALABRAS
-¡Mami! ¡Mami!... -grita
Claudia cuando entra esa tarde a su casa. - Hoy estoy feliz, muy feliz. Si
supieras…
Zulema, que no esta
acostumbrada a escucharla irrumpir de esa manera, se vuelve sobresaltada.
-Pero hija, ¿Qué te
pasa?...¿acaso te has vuelto loca?...
-No mama, perdona. Es que
estoy tan contenta. Ya les contaré - dice bajando la voz, al advertir la
presencia de su padre que pretende en vano concentrarse en lo que lee- Hola,
pá…
Luego, muy compungida, abraza
efusivamente a ambos y les anuncia:
-Hoy no cenaré con ustedes.
Me invitó Marce.
Marce es un compañero de
estudios por el que Claudia siente gran admiración, y un integrante del famoso
cuarteto de los tragas. Así llaman en el curso al grupo que forman Claudia,
Marcelo, Margarita y Pedro, porque siempre se destacan y habitualmente estudian
juntos.
Zulema y Carlos se miran. No
hacen ningún comentario, pero se saben preocupados. Zulema, porque presiente
que su hija se ha enamorado y le cuesta aceptarlo, antes quisiera que terminara
de estudiar. Carlos porque no termina de entender la forma en que, según él, se
relacionan los jóvenes de este nuevo milenio. Tampoco comprende sus códigos, ni
su lenguaje, ni sus formas de vestir y comportarse. ¡¿Cómo le puede gustar a su
hija un carilindo pelilargo con arito?! Se pregunta.
Claudia, mientras tanto, se
arregla. Esa noche quiere lucir muy linda para Marce. ¡Claro que esta
enamorada! Hace mucho que lo sabe. Es más…
Desde que lo conoció se sintió
atraída por él. La impresionó su porte,
su figura, su simpatía, su calidez. Y… sobre todo, se entendían tan bien…
Es cierto que últimamente lo
había notado un tanto escurridizo, como si la eludiera. Días pasados, por
ejemplo, observó que se ponía nervioso cuando ella, al acercarse a felicitarlo
por el “diez” con que había aprobado Derecho Laboral, lo besó ligeramente en la
mejilla.
…Pero no, debo descartar ese
pensamiento –se dice- Quizá le pase lo mismo que a m. Yo también me pongo
nerviosa cuando se acerca!! Lo que ocurre es que no debe saber cómo decirme que
me ama. Seguramente hoy se me declara. Por algo me invitó a salir solos.
Un llamado de la mamá
interrumpe de golpe su monólogo:
-Claudia, Claudia, tenés un
mensaje de Marcelo. Yo no lo entiendo.
Apresurada lee: “Clau, t esp. fte. +”
-Ah, si! Es Marcelo. Dice que
me espera frente a la
Catedral. ¡Hasta luego!...
Treinta minutos mas tarde
Claudia y Marcelo, ya instalados en un restaurante céntrico, disfrutan de su
cena y conversan. Su charla es amena, aunque tensa.
Por primera vez estamos
solos, piensa Claudia.
Hoy tengo que decidirme, se
dice Marcelo.
Después del postre ambos se
miran sin hablar, como si se les hubieran acabado las palabras.
En ese momento se acerca el
mozo:
-¿Algo más, señores?
-Sí –dice Marcelo- Tráiganos
un café. –y mirando a su acompañante la invita a compartir lo que queda de la
cerveza.
-¿No crees que deberíamos
brindar por algo? –dice entonces Claudia levantando su copa.
-Si –responde Marcelo- por
nuestra amistad.
Y, a continuación…
-Tengo que confesarte algo mi
querida Clau. Yo te quiero mucho, pero creo que no de la misma forma que vos.
Lamentablemente, no te puedo corresponder. Debo ser sincero y confesarte mi
verdad: no me atraen las chicas. Mi inclinación sexual es otra…¿podrás
comprenderme?
No dijo nada más. Los ojos
llenos de lágrimas de Claudia se lo impidieron.
Íntimamente le agradeció que
no lo dejara solo.
Luego la acompaño a su casa
en silencio…
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