Todos los meses se realiza el "CAFÉ LITERARIO LETRARTE" en el Centro Cultural Eugenio F. Virla (25 de mayo 265, S. M. de Tucumán) - !!NO FALTES!!. Llevamos ya 10 años consecutivos.

Adriana Gualtieri (Sgo. del Estero)

ADRIANA GUALTIERI


Adriana Gualtieri es chaqueña de nacimiento y santiagueña por adopción. De profesión docente.
Escribe narrativa para niños y adultos, entre su producción tiene cuentos y novelas.
Obtuvo varios premios nacionales. Publicó en antologías nacionales; y en el Suplemento de Cultura de Nuevo Diario.  Fue declarada escritora destacada en la ciudad de Frías otorgándole la mención “San Jorge”. Actuó como jurado en el Concurso “Nenúfar Niró”. Integrante de SALAC Santiago del Estero.
Organizó concursos literarios para los festejos de la Ciudad de Santiago del Estero.
 En el año 2009 publicó sus producciones en la revista “Decires”, que se edita en la provincia de Córdoba, en la publicación nacional de Editorial Dunken “Avatares” en Buenos Aires y en la publicación internacional “Sinalefa”, que se edita en Nueva York”.
Su novela infantil, “Aventuras en Villa Maravilla” fue declarada de Interés provincial y educativo por la Cámara de Diputados de la Provincia.
Sus trabajos se pueden leer en la Web, en las páginas “Comuniquémonos” y “Mi Literaturas”.

                                              CON SABOR A PASIÓN
                                                                   Adriana Gualtieri

   Ella lo miraba fijamente, casi hipnotizada, él solo lo hacía en ocasiones especiales y esta, sin duda era una, aunque ella aún desconocía el verdadero motivo.
  Sus manos se movían con tanta rapidez que en ocasiones parecían invisibles, los movimientos eran sutiles, sugerentes, por momentos él cerraba los ojos disfrutando del instante, como si no necesitara ver para tener la certeza de que lo estaba haciendo bien.
  Ella percibía que todos sus sentidos estaban alertas, sin dudas él calaba en su interior hasta profundidades insondables; recibió la copa de vino que le ofrecía humedeciendo sus labios rojos con el líquido ámbar mientras se perdía en su mirada insinuante.
  Reinaba un silencio tácito, solo los envolvía una suave melodía que convertía aquel momento en algo sublime, las palabras sobraban.
  Él continuó concentrado, todo lo hacía con precisión, buscaba la perfección. Ella continuaba observando sin poder desviar su atención, le parecía increíble que simplemente lo hacía para ella.
  Miró hacia el otro extremo de la habitación y todo armonizaba de manera exquisita, él atrajo su atención acercando a su boca una fruta roja como sus labios que se abrieron para recibirla y casi sin advertirlo, él estaba recogiendo el almíbar que corría por la comisura de sus labios con un cálido beso que la hizo estremecer.
  El aroma que inundaba el ambiente era tan sugerente como sus labios y ella se abandonó entre los brazos que enlazaban su cintura estrechándola y que la conducían con una suavidad infinita hasta el rincón que había preparado para deslizarla sobre los almohadones, encendió las velas y se alejó dejando un beso revoloteando en sus labios, ella percibía que el momento culminante se aproximaba.
  Aunque observó todo el proceso no había podido desentrañar cual sería el resultado, él siempre daba su toque final a solas. Lo vio acercarse con las manos llenas de sabores y con una sonrisa triunfante que atestiguaba que había logrado el resultado esperado. Se inclinó ante ella brindando su ofrenda, mirando con satisfacción la expresión de asombro de su rostro, ella tenía ante sus ojos un manjar exquisito, era tan perfecto que causaba pena acabar con aquella armonía solo para satisfacer su apetito.
  Era consciente de cuanto la seducía contemplarlo mientras cocinaba, cada vez que llevaba la cuchara a su boca para probar el sazón ella percibía el calor de sus labios en los suyos, pero ya no quedaban dudas, en esta ocasión estaba dispuesto a ir más allá.
   Él le sirvió una generosa porción y aguardó expectante su veredicto, ella cerró los ojos y se deleitó con la conjunción de sabores, sintiendo que zozobraba en el placer que le producía. Cuando los abrió solo atinó a besarlo, compartiendo ese gustillo indescriptible.
  Se sentaron muy juntos compartiendo cada bocado que los transportaba hacia un final inexorable.
  Los despertó un rayo de sol que se colaba por la ventana, continuaban abrazados, despojados de toda vestimenta, ella miró su dedo anular donde chispeaba el pequeño brillante casi sin poder creerlo.

MILAGRO

Adriana Gualtieri
     Mi madre estaba barriendo el patio de tierra con su escoba de jarilla cuando advirtió que el momento decisivo había llegado.
-          Caracho, se me rompió la fuente – dijo entre dientes y enseguida llamó a mi hermano mayor.
-          ¡Jacinto, Jacinto, rápido busca a tu padre que está en el monte! – Y un fuerte dolor en el bajo vientre la hizo doblarse en dos.
  Jacinto salió corriendo, nuestro padre era hachero y salía muy temprano a trabajar, pero él sabía donde encontrarlo; cada vez que recordaba el rostro de mamá desfigurado por el dolor, sus pies desnudos parecían volar sobre la tierra ardiente.
  Mientras tanto, mamá había mandado a María para que entretenga a los más chicos bajo la sombra del algarrobo. – Y tené cuidado de que no se acerquen al fogón – le dijo con urgencia. 
   Llenó el tacho de aceite al que mi padre le había colocado un alambre a modo de manija, convirtiéndolo en un balde, con agua limpia y avivando el fuego la puso a hervir, después fue hacia adentro del rancho de barro que nos servía de vivienda y saco de una caja un plástico grande que extendió sobre la cama, todo lo hacía lentamente y con gran esfuerzo, interrumpiéndose cada vez que la atormentaba el dolor.
  Finalmente logro recostarse tratando de tranquilizarse, desde allí podía ver el rastro que dejaban las vinchucas en su diario peregrinaje nocturno, yo por supuesto, nacía con el mal en la sangre, a mi madre la habían picado tantas veces que ya había perdido la cuenta.
  Al dolor se le sumaba la preocupación por los pequeños, sin contar con el calor insoportable y las moscas que la agobiaban aun más.
  Yo sentía que los huesos de sus caderas comenzaban a abrirse como una flor, preparando todo para mi paso; por un instante fugaz vi un reflejo que quebró la oscuridad total en la que estaba sumergida y que hasta ahora, en que yo había decidido abandonar su calidez y su seguridad, había sido todo mi universo.   Mi impaciencia por conocer el mundo exterior hacía más urgente mi salida.
  Mi madre respiraba hondo tratando de postergar lo inevitable, mientras apretaba en su mano una medallita de la Virgen del Valle suplicando protección.
  Jacinto ya había encontrado a mi padre que, arrojando todo salió disparado como alma que lleva el diablo hacia el rancho, mientras lo enviaba hacia la casa de los Sosa, seguramente allí estaría el doctor y vendría a socorrernos. ¡Pobre! Me imagino la cara que pondrá cuando el Jacinto le explique la urgencia del llamado, el había estado la semana pasada revisando a mi madre, y después de asegurarle que todo iba muy bien, aseveró que todavía faltaban dos semanas por lo menos.
  Comencé a sentir que una fuerza inexplicable me empujaba hacia abajo, las contracciones eran cada vez más fuertes y aunque para mi madre esto no era nada nuevo después de parir siete hijos, el terror de afrontar este momento completamente sola, la hizo soltar un grito desgarrador.
  Mi padre la había escuchado y apuró todavía más el paso, cuando asomó la cabeza corriendo la cortina que servía de puerta al rancho, el pudor lo hizo dudar, él de esas cosas no entendía nada, eran cosas de mujeres, cuando mi madre volvió a gritar entró y se paró frente a la cama mirando con ojos de espanto como mi madre contraía sus piernas contra el pecho y con el rostro rojo por el esfuerzo pujaba, mientras mi cabeza ya asomaba entre sus piernas.  
- ¡Ayudame! – le alcanzó a gritar antes de que llegaran las próximas fuerzas obligándola a pujar nuevamente. Él se inclino frente a ella estirando sus manos como en una suplica justo en el momento en que mi madre me expulsaba de su vientre y yo caía en sus manos toscas y encallecidas envuelta en un llanto descarnado, en el que se mezclaban dolor y alegría.
  Mi madre se incorporó reconociéndome como el ser que anidó en sus entrañas tanto tiempo.
-          Es una nena - dijo con la voz ronca por el esfuerzo.
-          Es un milagro – le respondió mi padre, con la voz entrecortada por la emoción y mirando fascinado como yo continuaba unida a mi madre por un cordón morado y grueso como su dedo, sin saber que hacer.
  En ese instante se escucharon voces en el patio, era el doctor que pidiendo permiso entró al rancho con su chaqueta blanca siempre impecable, como haciendo caso omiso de la tierra y el calor intenso que hacía transpirar hasta las piedras y contrastando con la imagen de mi padre, con su camisa abierta y su cabello mojado por el sudor.
-          Lo felicito Rosendo, lo ha hecho usted muy bien, ahora vamos a separar a estas niñita de su mamá, ya que parece que estaba bastante apurada por conocerlos – le decía el doctor mientras ataba mi ombligo y luego cortaba el cordón con un bisturí que extrajo de su caja de cirugía.
  Sin saberlo el doctor había acertado, mi ansiedad por conocer las caras de cada uno de los miembros de mi familia, a los que ya reconocía por sus voces me había hecho tomar la decisión de adelantar mi nacimiento.
-          Bueno, ya terminé, ahora vamos a higienizarla – dijo mientras tomaba una toalla muy blanca y suave que mi madre había preparado para recibirme.  Mi padre no podía apartar su mirada de mí y yo, que aún seguía ahogada en llanto, callé por un instante, lo miré a los ojos y sonreí solo para él.
   Luego el doctor siguió los procedimientos de rutina, me tomó de las manos de mi padre y envolviéndome en la toalla me colocó sobre la cama para revisarme, una vez satisfecho me depositó en el pecho de mi madre, donde percibí su calor conocido y protector tranquilizándome.  Mientras tanto él retiraba la placenta que me había cobijado en sus entrañas y mi padre corría a buscar el tacho con agua caliente del fogón.
-          Felizmente todo está bien, a pesar de que se adelantó unos días la pequeña está sana y rozagante y a usted se la ve fuerte y creo que muy pronto se recuperará doña Jacinta. ¡Había sido valiente en serio, la felicito! - Le dijo el doctor mientras se lavaba las manos.
  Mi madre le respondió solo con una sonrisa, en ella encerraba su agradecimiento y su pudor.
-          ¿Y cómo se llamará? – Preguntó curioso.
-          Milagros – dijo mi padre, entrando al rancho con los ojos arrasados por las lágrimas y con el pecho oprimido por la emoción.

Para regresar pulse Página principal.